Monfa

Draws & Words

El Otro

Luego de un largo día de trabajo es hora de regresar a casa, recorriendo las mismas calles como cada noche. El sol ya se ha ocultado y las luces de la calle comienzan a parpadear, anunciando la hora más oscura del día. Avanzas sin prestar atención, ya conoces de memoria el camino, cada desnivel, cada esquina en la cual doblar, incluso sabes dónde y cuándo debes dar pequeños saltos para esquivar los charcos.

Falta poco para llegar.

Hay otros más como tú regresando a sus casas, algunos se cruzan en tu camino, otros llevan la misma dirección que tú, disfrutas apreciar el momento en que cada uno de ellos cambia de ruta y dejan de existir en tu regreso a casa.

Notas a otro más adelante, no viene a tu encuentro, avanza delante de ti; en un primer vistazo no tiene nada particular, otro más regresando a su casa luego de un largo día de trabajo. Continúas avanzando detrás de tu transitorio compañero, que avanza frente a ti, avanzan juntos en la misma dirección. Lo miras cruzar la calle en el mismo lugar que tú regularmente lo haces, dobla a la izquierda en la esquina que tú doblarás a la izquierda dentro de poco. Ahora te resulta intrigante saber a dónde se dirigirá, ¿será un nuevo vecino?, ¿su destino será alguna de las casas cercanas a la tuya?, o ¿será pura casualidad?

Le estás prestando demasiada atención, quizás sea el aburrimiento de la rutina o la necesidad de buscar algo en qué entretenerse, como lo has hecho otras noches: contar cuántos perros callejeros te encuentras en el camino, cuántas luces siguen parpadeando antes de llegar a casa, o simplemente caminar sin pisar las líneas que se forman entre las losetas de la banqueta; y notas que el otro sujeto sigue en la misma dirección; lo conviertes en un juego: adivinar cuando se desviará.

¡Ahora es una carrera!

¿Quién llegará primero a la meta?

Avanzas y avanzas más, prestando cada vez más atención a la figura, descubriendo otros detalles que no te habías percatado antes; notas su ropa, su calzado, e incluso su maletín te resultan familiares; las texturas, patrones, colores y formas son muy parecidos a las texturas, patrones, colores y formas de la ropa que tú llevas (quizás demasiado). Intentas no ser muy intenso con ese pensamiento, es ilógico; quizás el juego se ha vuelto demasiado para ti, sería bueno pensar en otra cosa, distraerse con algo más.

-Del poste de luz de la esquina, aún cuelgan cables de cuando pasó un camión y se los trajo abajo. No han venido a repararlos.

-Don Enrique (el viejo amargado), aún no termina de pintar el portón de su casa. Lleva toda la semana pintándolo.

-Doña Julieta olvidó meter a su pequeño y molesto perro que ladra fuera de la puerta.

-El puesto de revistas ya está cerrado. Se ven los ejemplares viejos y desteñidos en las vidrieras.

Pero sabes que te engañas… no has dejado de pensar en el otro que sigue caminando en la misma dirección a la que tú te diriges.

Aumentas la velocidad. Lo mejor será rebasar y dejar todo esto atrás. Pero con cada paso apresurado que das, él parece dar también un paso apresurado, como si no sabiéndolo tratara de igualar tu velocidad y no dejarse alcanzar.

Tus pensamientos se vuelven más extraños:

¿Seré yo?

Ya no escuchas al perro ladrar, los autos y el ruido de la ciudad se silencian, no hay nadie más en la calle, solo tú y esa otra persona adelante. Sigues pensando y observando cada detalle del extraño personaje que interrumpió tu tranquilidad y se apropió de tu ruta: su forma de caminar, la forma que sostiene el maletín, incluso la forma curvada de su espalda es igual a tu espalda curvada que durante tanto tiempo has intentado sin éxito enderezar.

Comienzas a desconfiar en el otro.

Aun cuando intentas pensar en otras cosas, el pensamiento sigue ahí, te persigue, te obsesiona, lo sientes como una carga, tus pasos ahora son pesados; disminuyes la velocidad de tu andar, te detienes, te agachas y bajas la mirada para inspeccionar las agujetas de tus zapatos, sabes que están bien sujetas, pero lo usas como excusa para darle tiempo y espacio y que no sea más tu problema.

Te levantas y alzas la mirada, el otro sigue ahí, como si también se hubiera detenido un momento y luego reanudado su andar.

¿Seré yo ese otro?

Solo faltan unas cuantas casas para llegar al destino final, te reconforta saber que este viaje está llegando a su fin y ya pronto estarás en tu hogar, serás recibido en la puerta por tus hijos y tu esposa te abrazará, dejarás el maletín sobre el viejo sofá para quitarte los zapatos, la mejor parte del día.

Tres casas y un terreno baldío en medio.

Dos casas.

Una casa.

Ahora te sientes emocionado, te entusiasma alcanzar el instante justo cuando el ingrato sujeto pase de largo la casa y se pierda en la oscura noche, más allá de tu ruta para dejar de existir.

Disminuyes la velocidad, te distraes buscando las llaves en la bolsa derecha del pantalón, por un instante olvidas todo, como si fuera algo del pasado; levantas la mirada, te congelas: el otro, unos pasos adelante, se detiene justo en la entrada de la casa.

Lentamente se voltea hacia la puerta, mientras saca la mano de la bolsa derecha del pantalón sosteniendo algo pequeño y reluciente…

Para intentar verlo mejor, te volteas lentamente.

La puerta de la casa se abre, suenan risas: dos niños pequeños salen corriendo y se lanzan a las piernas del sujeto, detrás los sigue su madre, quien sonríe mientras se acerca para abrazar a su esposo.

Sientes en tu cuerpo un frío que te envuelve, sigues inmóvil, no hay luz en la calle, solo una pequeña bombilla de luz cálida sobre la puerta que te deja ver las oscuras formas abrazándose. Sacudes tu cabeza y levantas con dificultad el pie derecho y luego el izquierdo, reanudas la marcha lentamente; sin quitar la mirada al frente, cruzas delante de la casa donde él es recibido, continúas el paso, miras de reojo intentando no perderlo de vista, pero su rostro ya está oculto entre el cabello ondulado y el cuello de la mujer, y justo antes de que pierdas de vista la escena, la mujer levanta la cabeza y te mira directamente, y su mirada te hace sentir por un instante que te conoce.

Continúas caminando y te alejas, la luz de la puerta ya no es suficiente para iluminar el camino. No volteas la mirada, no escuchas nada, ni siquiera las risas de los dos pequeños niños, no hay nadie más en el camino.

Ahora eres el otro, caminando sin destino luego de un largo día de trabajo.

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